Desde
hace tiempo vivimos una nueva era de cambios, impulsada básicamente
por las nuevas tecnologías y por la globalización que, en gran
medida, se deriva de ella. El hecho de que el nivel de
competitividad sea cada vez mayor o el que los consumidores sean más
cultos y tengan más poder, provoca que las organizaciones tengan que
adaptarse a los cambios del entorno a un ritmo casi frenético sin
perder un ápice de su efectividad y posicionamiento.
Y es en este contexto donde se torna evidente que
las viejas formas de dirección se muestran inadecuadas. Se necesitan
otras maneras de gestionar el conocimiento que facilite nuevas
formas de aprendizaje y origine sinergias (Aprendizaje
Organizacional (A.O.)) y para ello será necesario que las personas
lo generen, lo aporten y lo intercambien.
Por ello,
ahora más que nunca la clave del éxito y la excelencia
organizacional se centra en las personas y su gestión. Las empresas
se dan cuenta de que, más allá de las tecnologías y de los procesos,
son los conocimientos y el saber de sus colaboradores, cada vez más
preparados, los que aportan el valor añadido a la organización.
Y por
último, es necesario también que todo ello pueda ser medido por la
organización, incluso cuando el colaborador ya no esté. Debemos
medir esta aportación (capital intelectual), más allá del capital
estructural, para poder valorar la organización de una manera justa
y real, teniendo en cuenta todo su potencial y su know-how.
Así, la
evolución pasa por encontrar sistemas de medición más eficaces pero,
sobre todo, por implementar sistemas que vehiculen la información y
generar nuevos modos de entender la empresa y el rol profesional que
facilite que se dé ese intercambio de conocimientos.
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